Cuando se habla de ansiedad, muchas veces se piensa en técnicas mentales: cambiar pensamientos, reestructurar creencias, frenar ideas intrusivas. Pero hay otra vía, igual de poderosa, menos racional y más somática: moverse.
El movimiento consciente —como el yoga, el tai chi o incluso caminar lentamente prestando atención al cuerpo— puede interrumpir el ciclo ansioso. Esto se debe, en parte, a que enfocar la atención en el cuerpo reduce la rumiación mental y reactiva circuitos cerebrales vinculados al presente.
Un estudio de la Universidad de Pittsburgh publicado en *Psychosomatic Medicine* mostró que las personas que practican yoga con regularidad reportan menores niveles de ansiedad y una mayor capacidad para enfrentar el estrés. El movimiento, cuando es intencional y atento, no solo flexibiliza los músculos, sino también la mente.
La ansiedad tiende a proyectarse hacia el futuro. El cuerpo, en cambio, siempre está en el presente. Al movernos con conciencia, reorientamos la atención: del miedo anticipado a la sensación inmediata. Esta es una de las razones por las que las prácticas somáticas son tan efectivas para regular emociones.
En yoga, el cuerpo no es un obstáculo, sino un vehículo para la conciencia. Cada estiramiento, cada postura, cada transición es una invitación a habitarse, a registrar cómo estamos. No hay exigencia de rendimiento, solo exploración y registro.
Moverse no elimina la ansiedad por completo. Pero la vuelve más habitable. Le baja el volumen. La encuadra en un contexto más amplio, donde también hay respiración, apoyo, suelo.
Si pensás mucho, movete. No para escapar del cuerpo, sino para volver a él.