La ansiedad nos empuja hacia el futuro. Nos arrastra con su urgencia y su ruido. Nos desconecta del ahora y del cuerpo. Pero el cuerpo, aunque muchas veces silenciado, puede ser refugio.
En contextos de ansiedad, la mente acelera. Se llena de escenarios, posibilidades, alertas. Sin embargo, el cuerpo tiene otra temporalidad. Habita el presente. Recuperar ese anclaje es una de las funciones más poderosas de las prácticas de yoga.
Según un estudio publicado en *Journal of Clinical Psychology* (2018), las personas con trastornos de ansiedad que participaron en un programa de yoga durante ocho semanas mostraron una disminución significativa en la intensidad de sus síntomas, mayor conciencia corporal y una mejor regulación emocional. El cuerpo deja de ser un lugar de tensión, y se convierte en espacio de contención.
El concepto de interocepción —la capacidad de percibir las señales internas del cuerpo, como el ritmo cardíaco, la respiración o la tensión muscular— está directamente relacionado con la regulación emocional. Las prácticas somáticas como el yoga entrenan esa capacidad. Y al hacerlo, nos devuelven agencia: poder registrar cómo estamos y elegir cómo responder.
No se trata de “escapar” de la ansiedad, sino de habitarla de otra forma. Con el cuerpo como aliado. Con el suelo como sostén.
Estar en el cuerpo no es solo una consigna poética. Es una estrategia clínica, respaldada por la ciencia y cultivada por tradiciones ancestrales. Y es, muchas veces, la manera más directa de volver a casa cuando la mente se va lejos.