Cuando la ansiedad toma el control, respirar puede parecer secundario. Pero no lo es. Respirar es el puente más directo entre el cuerpo y la mente, y una de las herramientas más eficaces para autorregularnos. En especial, cuando el sistema nervioso está en alerta.
La ansiedad activa el sistema nervioso simpático, responsable de la respuesta de “lucha o huida”. Esta activación genera síntomas como taquicardia, hiperventilación, tensión muscular y pensamientos acelerados. Sin embargo, al respirar de forma lenta y profunda, se estimula el sistema parasimpático, encargado de devolver al cuerpo a un estado de calma.
Una de las técnicas más estudiadas en este contexto es la respiración diafragmática. Según un estudio publicado en *Frontiers in Psychology* (2017), esta práctica no solo reduce la frecuencia cardíaca y los niveles de cortisol, sino que también mejora la atención y reduce significativamente los niveles de ansiedad en personas con trastornos ansiosos.
Respirar diferente puede cambiar tu estado interno, incluso si nada afuera cambia. Y no requiere grandes inversiones de tiempo. Prácticas de solo cinco minutos al día pueden generar un impacto tangible.
En yoga, la respiración consciente —pranayama— es una práctica central. No se trata de respirar “bien”, sino de observar, ampliar y dirigir el flujo de aire. Cada inhalación profunda ancla el cuerpo en el presente. Cada exhalación larga y completa invita al sistema a soltar.
A diferencia de muchas estrategias cognitivas, respirar no intenta cambiar lo que pensás, sino cómo estás. Es una puerta de entrada directa al cuerpo, y desde ahí, a un tipo de calma que no necesita justificación.
Si la ansiedad no te deja en paz, empezá por el aire. Está ahí, disponible, gratuito y constante. Solo hay que recordarlo.